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Analisis Crimson Dragon ,XONE

La mejor historia que jamás soñaste jugar 
Lunes 31 de Agosto de 2020 por Rebeca Escribano

Lo de Crimson Dragon olía mal desde que se anunció como un título para el Kinect de Xbox 360. Por mucho que sea sobre raíles y que fuese el único género que llegase a cuajar en el periférico, un shoot'em up de los creadores de Panzer Dragoon y, si se le podría llamar así, una secuela espiritual de la saga, no podía verse encasillada a la simpleza con tanta facilidad como asignarle un control sin más posibilidades que apuntar. Y por mucho que ahora haya dado el salto a Xbox One y al control con mando tradicional, la simpleza y el no muy buen hacer siguen ahí, cuando lamentablemente el regreso de una gran saga por todo lo alto podría haber atraído muchas más miradas que lo que se ha quedado en un título de segunda.

 

Algo que podría haber sido llevado como batallas épicas se queda sin ritmo por una dificultad inconstante.

 

Crimson Dragon entretiene al conformista, al que disfruta con una mecánica tan sencilla como dejarse llevar, esquivar y disparar. Llámalo Panzer Dragoon, llámalo StarFox, llámalo Rez, llámalo Space Harrier, llámalo Kid Icarus: Uprising, llámalo After Burner. Suele ser un tipo de juego que causa furor entre aquellos a los que les gusta dedicarle horas y horas a un mismo título por corto que sea, llegando a buscar la coreografía perfecta para cada nivel, aprendiéndose de memoria todos los grupos de enemigos, su orden y su momento de aparición, buscando algo más que pasarse media decena de pantallas y ver los títulos de crédito. El problema es que todos los ejemplos citados dan esa posibilidad de controlar un caos aparente, mientras que Crimson Dragon deja recaer gran parte del éxito en su mecánica de ayudantes.

 

Hace bien en intentar añadir un concepto de RPG a la mecánica arcade de los niveles cortos y las puntuaciones. Al superar una fase ganamos dinero y experiencia, y con ello nuestro dragón sube de nivel, y al ir consiguiendo más y más experiencia podemos llegar a comprar otros dragones, tanto con dinero del juego como con unas gemas especiales que se consiguen mediante determinados logros o vía micropagos (meh). El grindeo para conseguir determinados items que hacen evolucionar al dragón o la propia experiencia son un añadido mucho más interesante para volver a jugar una y otra vez que las recompensas diarias con las que el juego te insta pobremente a que vuelvas mañana. El caso es que, por mucho nivel que consiga tu dragón, en solitario es difícil conseguir buenas marcas.

 

Crimson Dragon tiende al espectáculo con efectos de lava o reflejos en el hielo, pero si uno se fija bien, las texturas están muy muy por debajo de lo que se le debería exigir a la next-gen.

 

Para eso está el sistema de ayudantes. Tú, con tu dragón preferido con su buen (o mal) nivel y habilidad especial, estás disponible para que otros jugadores alquilen tus servicios por una módica suma. Puedes contratar un triste dragón de nivel 1 por 900 créditos que hará poco más que distraerte, o puedes contratar a un titán de nivel máximo por 30.000 créditos que barrerá la pantalla con sus rayos y sus llamas casi antes siquiera de que puedas hacer nada. Entre uno y otro hay términos medios, pero a la hora de la verdad, muchos objetivos especiales se consiguen gracias a esos 30.000 créditos bien invertidos y no a la habilidad propia, y esa es una de las grandes lacras de Crimson Dragon con respecto a otros grandes del género, e incluso frente a los Panzer Dragoon de su mismo creador.

 

Podemos mencionar de pasada el horror estético que supone el enésimo intento de occidentalización de un producto japonés. A nivel de menús, diseños, secuencias, historia,... Es mejor no comentarlo, y mejor no comprarlo con Panzer Dragoon Orta. Algo bueno es que, donde otros optan por fases mucho más largas en las que es más difícil retener esa coreografía enemiga, aquí se apuesta por más fases de menos de cinco minutos divididas en varios segmentos que complementan muy bien la idea de la recolección de objetos y la subida de niveles. Con lo que no se complementa es con la propia idea de conseguir orden en el caos, y es que en los niveles más avanzados es obligatorio el uso de ese todopoderoso acompañante si queremos llegar a entender algo de lo que pasa en pantalla.

 

Aunque el juego por norma general se controla bien dentro de su sencillez, las zonas de vuelo libre son lo peor que se ha podido hacer con dragones desde Lair.

 

Tras el salto del juego de Xbox 360 a Xbox One los cambios añadidos podrían haber sido la ligera mejora gráfica con un par de capas y efectos para que parezca next-gen (aunque hasta en Xbox 360 le costaría destacar) y la inclusión de determinadas zonas de vuelo libre, que a juzgar por el descontrol que se produce de repente, se puede pensar que no estaban hechas para Kinect. Un Kinect que aquí sólo se ve relegado a un par de comandos por voz para dirigir al ayudante, a la navegación por menús, o a hacer barrel rolls haciendo la estupidez de inclinarse bruscamente hacia un lado en lugar de pulsar uno de los botones superiores.

 

Y aún así, después de un par de vueltas a todos los niveles y de comprobar las diferencias entre los siete dragones, seguimos jugando, porque si te gusta el género, no está tan mal.

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