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Shenmue III y las ansias por conocer mundo

¿Qué le vemos los fans al juego de Yu Suzuki?
Por Rafa del Río

La pasada semana se filtraron un par de imágenes de Shenmue III provenientes de la conferencia de Ys Net en la Magic Mónaco. Las imágenes no eran nada del otro mundo, incluso podríamos decir que eran algo antiguas y estaban captadas a baja resolución, pero como no podía ser menos, muchas voces airadas acusaron al proyecto de 'soberana mierda' en los foros más underground y absurdos de la red. 

 

De poco valió que la compañía explicara que están a dos años del lanzamiento y están trabajando en las mecánicas jugables y los aspectos del movimiento y demás. De poco valió que la compañía explicara que están centrándose en la jugabilidad para preocuparse más adelante por el aspecto gráfico y demás detalles visuales: hubo gente que fue a hacer daño con 'ese juego para viejos que es un coñazo', porque el mundo es así de triste.

Me perdonaréis la fanboyada: 

Shenmue es el Dios del Videojuego

Y con esto no quiero decir que haya que amarlo sobre todas las cosas ni que a quien no le guste no tiene criterio. No, Total, ateos ha habido siempre. Lo que quiero decir con esto es que para valorar Shenmue hay que entender el momento en el que salió, el gran paso que supuso en su tiempo y la naturaleza jugable de la que hizo gala, una naturaleza que ningún juego a día de hoy, quince años después, ha logrado rozar siquiera

 

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Shenmue como ruta turística por el Japón rural de los 80

Uno de los motivos más fuertes para acercarse a Shenmue cuando salió al mercado en Dreamcast en septiembre de 2001 fue, sin lugar a dudas, el querer acercarnos a ese Japón rural que conocíamos de los anime de Miyazaki y Studio Ghibli, las obras de Jiro Taniguchi o las novelas de Haruki Murakami. Con Shenmue, Yu Suzuki nos planteaba una historia de venganza y búsqueda, sí, pero sobre todo nos ofrecía Yamanose, un pequeño pueblo en Yokosuka, en la prefectura de Kanagawa, en el que podíamos ir investigando el día a dia de una comunidad rural en la región de Kantô desde los ojos del descendiente adolescente de una familia samurai. 

 

Shenmue ofrecía realidad y cotideaneidad en estado puro, algo muy cercano a las claves que siempre han hecho funcionar tan bien las obras del mencionado Hayao Miyazaki. Nos metía en la piel de un joven que busca venganza por la muerte de su padre, sí, pero es un joven educado, típicamente japonés, descendiente de samurais y receptor de un profundo legado de artes marciales. Como tal, su historia no es la historia de un superhéroe que arrasa con todo el que se le pone por delante, sino la de un joven que investiga, explora, ayuda a los demás y va creando una serie de lazos y relaciones con el pueblo que le ayudan en su búsqueda de la verdad. 

 

Había combates, por supuesto, pero como en toda historia real había ocasiones en las que los enemigos se volvían amigos sin grandes aspavientos y las peleas acababan con un apretón de manos. Junto a esta gran verdad, se encontraba la magia que hizo, que hace, que seamos muchos los que estamos deseando volver a poner las manos en la saga: Una mirada benevolente de la realidad en la que una palabra brilla por encima de todo: Honor

 

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La realidad y la cotidianeidad como formas de contar la historia. 

Sí, fuimos muchos los que nos acercamos a Shenmue por ese afán de conocer Japón, pero pronto nos enganchó su forma de tratar una historia de venganza más como un día a día y una odisea de engrandecimiento personal y autocrecimiento. 

 

Ya desde el principio, la forma en que Ryo Hazuki, el protagonista, se desenvolvía con sus seres queridos nos pareció una auténtica maravilla. El cariño como forma de ser frente a la amargura y el odio, se daba la mano con eso que nos había motivado a la compra, y nos animaba a investigar el dojo Hazuki con la posibilidad de abrir cada armario y cajón de la casa. Poco después el mundo se abría, y la casa daba paso a un templo, a la calle de un pueblo, a un autobús que nos llevaba a Yokosuka y a sus fastuosos muelles. 

 

Shenmue nos invitó a llevar a cabo nuestra búsqueda sin saltarnos contenidos, sin dar grandes saltos y sin deus ex machina que valiera. Los amigos que nos ayudaban teníamos que hacerlos por nosotros mismos, el dinero que queríamos gastar teníamos que conseguirlo trabajando, debíamos comer, dormir y beber... Y aunque podíamos aprovechar varias formas de ganar dinero mediante la compra-venta de figuritas obtenidas en las máquinas expendedoras, hasta una simple partida a las máquinas recreativas o una lata de café nos costaba sudor y lágrimas en nuestro trabajo en los muelles

 

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Un mundo vivo

Shenmue brilló y sigue brillando a día de hoy porque ofrecía un mundo vivo y sin ayudas para los vagos. Un mundo en que el entrenamiento y la práctica nos ayudaba a mejorar, el trabajo duro nos permitía ganar dinero, las buenas acciones nos deparaban el cariño y el respeto de los demás y sólo nuestra investigación nos ayudaba a avanzar en nuestra búsqueda de venganza. 

 

El mundo seguía girando al margen de nosotros. Nadie iba a esperarnos en una plaza para darnos información: la gente tenía sus rutinas, los eventos sucedían, estuvieramos allí o no, y todo esto con las llamadas intrmitentes de Nozomi, nuestra amiga especial que estaba preocupada porque Ryo no iba a clase o la necesidad de volver temprano a casa de noche para que la venerable Ine San, ama de llaves de la casa, no se preocupara por nosotros.

 

Demasiado grande para contarlo

Shenmue es el Dios de los Videojuegos porque nada de lo que pueda contar en este texto logrará hacer sombra a lo que significó en su momento para mí y para los miles de jugadores que pudimos poner las manos en un juego que encerraba una enseñanza sagrada por parte del maestro Suzuki. Una historia de respeto, amabilidad, esfuerzo, lealtad y honor en la que se recurría a tiempos 'más honorables' para contar una brillante odisea. 

 

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Hubo a quien le gustó y hubo a quien no, eso es lo de menos, lo importante es lo que hizo y lo que consiguió. Algo que ni los comentarios más idiotas del youtuber más imbécil de la web y sus cohortes de niños ratas con problemas de onanismo podrán estropear jamás por mucho que se empeñen. 

 

Para terminar, siempre olvido comentaros que hay por ahí un estupendo libro en el que se explica todo esto y más y que sin duda agradará a los fans de Shenmue y a todos los que queráis saber más de esta obra. Está escrito por el doctor en videojuegos, traductor y escritor Ramón Méndez, y el periodista, escritor y antiguo miembro de Firefly StudiosCarlos Ramírez. Bajo el nombre de La Odisea de Shenmue incluye mucha magia, una entrevista con el maestro, un tour fotográfico por los escenarios reales del juego y mucho más en sus 240 páginas en encuadernación de lujo. 

 

¡Nos leemos! 


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