Los Game Awards no saben ponerse serios
Gustarán más o menos, pero que los Game Awards tarden prácticamente media hora en presentar la primera categoría de premiados deja pocas dudas sobre el verdadero propósito de la gala: entretener. Se presupone que el público presente prefiere antes las World Premiere y el nuevo cantante en escena que el premio al mejor RPG. Aquí, amigas y amigos, es donde empieza el problema. En un evento promocional, en un lugar donde la primera fila de los asistentes está de pie, todo lo que no sea eufórico queda extraño.
Por mal que nos pese, 40 años de industria dan para que la gente empiece a hacerse mayor, y hasta el momento no termino de concebir a la gala presentada por Geoff Keighley como un escaparate idóneo para algo que no sea pasárselo bien. La nostalgia y el paso del tiempo ganan peso para muchas de nuestras grandes personalidades, pero estamos demasiado preocupados por el futuro y los nuevos estrenos. No hablo únicamente del cutre tributo que tuvo Iwata en 2015 -el bueno estuvo en la GDC-, hablo del tono impregnado en cada factor de la gala que te incomoda cuando alguien decide ponerse serio.
Esta edición, el ganador del ‘Games for Impact’ se lo ha llevado That Dragon Cancer. Es un galardón merecido, por dar vida a un producto que abre la puerta a temáticas prácticamente inexploradas en nuestro medio. Es una pena que 1979 Revolution: Black Friday se quedase sin él, siendo un juego sobre la libertad de expresión que ha sido censurado en Irán, pero no quiero desmerecer a la familia Green. Analicé el juego y vi su documental, y es muy difícil que no se te encoja el corazón con su historia y con la valentía de querer sacar algo bueno de ella.
No sé si el pobre MatPat fue consciente del inoportuno inciso previo a anunciar el ganador -ponerse a hablar del peso de la estatuilla es bastante irrelevante, más si pretendes ser gracioso sin conseguirlo-, pero el caso es que pasamos de aquél momento a un padre con la voz entrecortada hablando de uno de los videojuegos más desgarradores de los últimos años. Sea como fuere, desde realización supieron que este era el momento de cortar. Geoff daría paso al descanso, a más tráilers, no sin antes anunciar de pasada que League of Legends se llevaba el premio al juego favorito de la audiencia.
Con todo, me atrevería a decir que la gala de este año ha sido mejor que la anterior. El discurso de Nolan North fue de los mejores que se recuerdan (gracias por recordar a Amy Hennig), me parece genial que Boogie2988 fuese premiado, y a pesar de que Michael Phelps parecía más perdido que un canguro en Albacete me alegro de que el deportista de élite con más medallas de la historia fuese el encargado de entregar el premio al mejor jugador profesional. Pero hay un abismo de mejoras por aplicar, desde las actuaciones de cantantes metidas con calzador hasta los premios fuera de cámara. La mejor manera de que los Game Awards se tomen en serio es que hagan lo propio consigo mismos.
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