1. Mundogamers
  2. Noticias

Los críticos que amaban a sus egos

¿"Es sólo un videojuego"?
Por Dayo

Este artículo es una respuesta a Sobre el egocentrismo del analista y el arte en los videojuegos, en Zehngames.

 

A finales del siglo XIX la pintura favorita era la académica. Formal, clásica, de temas históricos o mitológicos, estaba meramente pensada para deleitar y tener algo bonito colgando en tu salón mientras cortejabas a las damas al ritmo de un vals. Era la pintura que triunfaba en el momento, con sus artistas solicitados por todos y expuestos en los más selectos salones. Al mismo tiempo, un grupo de perdedores que vivían en habitaciones estrechas de los barrios modernos exponía en el apropiadamente titulado Salón de los Rechazados. Ahí un tal Monet mostró un cuadro titulado Impresión, sol naciente que fue duramente valorado por el crítico Louis Leroy, quien recalcó jocoso que, en efecto, era una impresión más que nada porque “un tapiz en estado original está más elaborado que esta marina”.

 

Bueno ¿quién se ríe ahora, Leroy? Los impresionistas hicieron más que avanzar la técnica pictórica y, junto a los realistas, convirtieron su arte en una forma de denuncia y reflexión, de mostrar lo cotidiano, las clases bajas, los pequeños momentos que hacían de sus vidas algo mágico o trágico ¿Y quién se acuerda ahora de los académicos, de Fortuny, de Baudry? Pero muéstrale a alguien El Angelus de Millet o La noche estrellada de Van Gogh y seguramente les suene.

 

El arte es muy curioso y difícil de valorar porque es tremendamente subjetivo, tal y como postulé al hablar de Mountain. Hace cosa de un siglo a un señor llamado Marcel Duchamp se le ocurrió poner una rueda de bicicleta sobre un taburete, lo llamó “arte” y la gente aplaudió tan fuerte que ha marcado la evolución de la creación expresiva desde entonces. Ahora que los videojuegos están atravesando su adolescencia todos intentamos definir su camino, qué carrera debería estudiar y con quién debería casarse para el resto de su vida. Yo, como pedante irremediable y pretencioso que soy, defiendo que deberían tirar campo a través y lanzarse a la aventura de convertirse en un medio plenamente artístico.

 

¿Viene esto determinado por mi ego? Es posible, ya que una vez intenté medirlo y acabé comprendiendo lo infinito que es el universo, pero también puede deberse a que esa posibilidad simplemente existe. Ni en mis más retorcidas fantasías se me ocurriría coger el Scalextric y sacar una interpretación sobre cómo aquellos que se conozcan a sí mismos, sepan controlar sus impulsos y no pisar constantemente el acelerador serán quienes tengan éxito en la vida (aunque ahora que lo pienso quizá haya algo por ahí), pero cuando miro a los videojuegos y me pregunto por qué no intentan ser más que simplemente productos de entretenimiento es porque me han demostrado que pueden serlo. Es porque me han demostrado que pueden hacer ICO o Everyday the same dream. Es porque he experimentado The Stanley Parable, porque he vivido LA Noire, porque he sufrido en Silent Hill 2.

 

 

Los videojuegos insisten en que “sólo son juegos, no le des importancia”, pero luego sacan The Last of Us o Kentucky Route Zero y nos dejan a todos boquiabiertos. Dicen que la diversión es lo primero y luego viene el resto, pero después llegan Cart Life o Shelter y ves que pueden hacer mucho más que simplemente dejarnos desconectar unas horas. Dicen que deberíamos dejar de compararlos con el cine y otras artes que se centran en la historia, en hacernos reflexionar, pero Spec Ops: The Line, The Wolf Among Us o la saga Persona están ahí para contradecir esas mismas afirmaciones.

 

Cuando digo que busco en los videojuegos algo más que simplemente sentarme y sentirme guay no lo hago porque mi inconmensurable ego exija que aquello en lo que invierto mi tiempo sea reflexivo, autoconsciente, contenido o comprometido con una causa. De vez en cuando me comporto como un ser humano corriente y me echo unas partidas al Mario Kart 8. Sigo disfrutando de Halo 3 o Soul Calibur con mis amigos mientras perdemos horas matándonos los unos a los otros. Cuando me aburro me gusta pasar el rato con Super Hexagon o Luftrausers. A veces quiero hacer algo estúpido y pongo GTA V o Red Dead Redemption para comportarme como un imbécil. No criticamos a Call of Duty o FIFA porque no entren dentro de esos estándares artísticos: el problema es que el primero es de una saga cada vez menos inspirada que sigue, a pasos renqueantes, intentando mantenerse vigente después del glorioso Modern Warfare sin saber exactamente cómo y el segundo es un juego que se renueva cada año y, por mucho esmero que le ponga su equipo, que seguro es mucho, cuesta no verlo como otra cosa que no sea una forma rápida de sacar dinero fácil cada vez que la Tierra da una vuelta en torno al Sol. En cualquier caso, esta es una consideración perteneciente a una minoría, ya que hasta Ghosts la saga de Activision ha sido siempre muy bien recibida y aún tengo que ver el día en que un FIFA de la actual generación reciba una mala nota.

 

Ese es precisamente el problema, el motivo por el que predicamos tanto la palabra “arte”; porque parece que aún no ha sido asimilada por el propio medio. Como ya he dicho en otras ocasiones, valoramos los juegos como productos. “¿Se ven bien? ¿Son divertidos? ¿Tienen una duración suficiente? Genial, pasemos a otro.” Es precisamente esa mentalidad superficial la que mantiene al medio estancado, el simplemente verlos “como videojuegos” y valorarlos como se podría valorar un microondas: desde lo funcional, desde lo práctico. Y el año que viene sacarán otro microondas y por supuesto que estará bien visto, porque sigue siendo funcional y el anterior ahora está obsoleto.

 

 

Y sin embargo el otro día vi Los Amantes del Pont-Neuf de Louis Carax y, al terminar, supe que cada cual tendría su visión totalmente distinta de esta obra porque es Cine para bien y para mal y lo que tiene el arte es que es totalmente subjetivo. Ahí reside parte de su belleza. No puedes valorar el cine de Carax, Kieslowski, Jodorowski, Kar Wai, Dreyer, Bergman, Von Trier, ni la música de Autechre, Andy Stott, Tristan Perich, Björk, Actress, Aphex Twin o la pintura de Bacon, Pollack, Saura, Malevich, Braque, Basquiat o Rothko desde esa perspectiva funcional porque entonces nunca habrían sido reconocidos, los habrían considerado “demasiado pedantes” y “oye, tío, estamos aquí para pasar el rato”. Qué gran pérdida habría sido para el mundo.

 

Quizá el arte no haya sido nunca el fin de la industria de los videojuegos, pero tampoco lo ha sido de ningún arte en sus comienzos. La pintura nació como una forma de pedirle a los dioses que diesen suerte al cazar un bisonte, la literatura nació para pasar tradiciones orales, el cine nació para ver trenes llegar a la estación y entretener al público entre un cancán y otro. Y mirad dónde están ahora ¿A veces se fuerza esa visión “artística”? Por supuesto, es algo inevitable tal y como estamos ahora. Pero nuestra peor metedura de pata sería limitarnos a los inicios y cerrarnos en este círculo que no lleva a ninguna parte cuando queda tan claro que, con tiempo y esfuerzo, podríamos estar a la altura de esas grandes artes frente a las cuales ahora tenemos que mirar al suelo y darnos la vuelta para que no vean lo avergonzados que nos sentimos. No es que abogue porque los videojuegos sean sólo estudios en profundidad y se dediquen únicamente a reflexionar sobre la pobreza en el mundo; hay que saber variar, hay que saber echar una calada al aire de vez en cuando, relajarse y disfrutar.

 

Nuestro problema es que ahora mismo eso es todo lo que hacemos.


<< Anterior Siguiente >>