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Esa extraña sensación cuando acabas un juego bueno... y largo

¡He terminado Yakuza 5!
Por Rafa del Río

He terminado Yakuza 5 -chupito-. Han sido 159 horas de combates, historias sorprendentes, datos gastronómicos, caza, duelos de baile, compraventa de objetos, partidas a Virtua Fighter 2, conducción, bateo, investigación, cine de yakuzas y muchas, pero muchas líneas de texto leídas en el más puro inglés de barrio. He terminado Yakuza 5 -chupito- tras  159 horas de juego, y me siento como cuando terminé de leer La Corona del Pastor sabiendo que Terry Pratchett nunca volverá a escribir o como cuando leí el último libro de Dresden publicado en España. 

 

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¿Conocéis esa sensación?

Es la sensación de vacío, alegría, tristeza y morriña que te hace pensar en los buenos ratos pasados, en todo lo que has aprendido sobre el mundo, sobre el juego y sobre ti mismo, y en cómo empezó la historia y fue creciendo hasta llegar al momento final. Un momento final en el que ese modo Nueva Partida + te parece casi un sacrilegio, porque aunque no he llegado más allá del 72% de todo lo que el juego tiene por ofrecer, me parece casi feo empezar de nuevo en una segunda vuelta a lo Día de la Marmota que ni de coña me va a saber igual. 

 

Hay juegos y juegos, por supuesto, y no todos despiertan esta sensación. Creo que pocos han logrado tocarme tanto la patata fuera de la saga de Kiryu Kazuma: Red Dead Redemption, Dragon's Dogma, Grand Theft Auto IV, Shenmue, por supuestísimo, y tal vez Omikron: the Nomad Soul, Persona 3 y pocos, muy poquitos más. 

 

Y es que no todos los juegos buenos y largos consiguen llegarte al alma y dejarte con esa sensación de vacío tras alcanzar su the End. Algunos, como The Elder Scrolls y Fallout usan truco, y te dejan tanto por seguir investigando y completar que no llegas a tomártelo como un final. Otros, como Dragon Age Inquisition, terminan por hacerse tan pesados que son casi un alivio cuando llegan al final, y los últimos, como The Witcher 3: Wild Hunt, aprovechan la promesa de ese DLC llamado Blood & Wine para que no nos sepa tan feo acabarlos. 

 

 

Esa sensación de '¿y ahora qué?'

Los juegos están hechos para jugarlos y acabarse, como una buena saga cinematográfica, una trilogía literaria o una serie de televisión. A veces, cuando terminan, nos dejan con la sensación de 'y ahora qué'. Sin embargo los juegos tienen algo más, algo que trasciende la empatía que despiertan el cine, la literatura y la televisión y que entronca directamente con nuestra propia experimentación y las habilidades que dearrollamos para enfrentarnos a una aventura en concreto. 

 

He terminado Yakuza 5 -chupito- en el momento en el que más afilado tenía los reflejos, más familiarizado estaba con sus sitema de combate y mejor preparado estaba para sus diversos minijuegos. A la hora de llegar a ese the End tan ansiado como temido era capaz de hacer un Home Run a una bola rápida, era capaz de bailar el Op de la Princess League con los ojos cerrados, podía cazar un oso con una sola bala y ningún rasguño o pescar atunes por el mero tacto de la vibración del mando. Un puñado de habilidades que, ahora que he acabado el juego, quedan relgadas a ese cajón del 'algún día', cuando SEGA decida volver a acordarse de Europa y veamos Yakuza 6, Yakuza Zero o Yakuza Kiwami en nuestro país. 

 

Terminar Yakuza 5 -chupito- me ha hecho recordar la alegría que sentí la primera vez que recorrí los muelles con Ryo Hazuki y su transpalé sin chocarme una sola vez, la facilidad que tenía en Red Dead Redemption de dispararle a un águila desde el tejado de un tren sin usar el apuntado ni la ralentización, o como me aprendí de memoria la zona de acción de Nico en Liberty City en GTA IV

 

La sensación de vacío está ahí, la sensación de 'y ahora qué' persiste, y la pregunta es obvia: ¿Ha servido de algo dedicar tanto tiempo a un aprendizaje que se demustra, al fin, obsoleto? Pero no hay tiempo para responder: hay nuevos juegos en el disco duro, nuevos títulos que jugar y nuevos artículos que escribir. Tal vez sólo seamos locos que pierden sus días en mundos digitales, o privilegiados que viven mil vidas gracias a su afición. Al final, lo que cuenta, es todo lo que esto te hace sentir.

 

¡Nos leemos!


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