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Dragon Quest VIII y su extraña manera de entender la muerte

Religión, monstruos y ataúdes flotantes
Por Adrián Suárez Mouriño

Dragon Quest en general y su octavo capítulo en concreto tienen algo muy particular: su tratamiento de la muerte, no la del Game Over del jugador, sino la de los NPC muertos. En Dragon Quest VIII hay cementerios, hay reyes que echan de menos a sus difuntas esposas, hay puertas mágicas a lugares en los que uno puede contactar de nuevo con los seres queridos que se marcharon… La manera que tiene el título de conectar esta triste realidad con el mundo de juego es la religión, una fascinación católica pasada por el filtro japonés.

 

Toda ciudad tiene su iglesia y dentro de ella se encuentra un hombre anciano con la capacidad de resucitar a todo el que se lo pida a cambio de dinero. Este sacerdote no solo tiene el poder de revivir, sino de reunir todo tu viaje y convertirse en el punto de guardado del juego a través de la confesión. Dragon Quest es un videojuego de fuerte inspiración medieval occidental, no en vano es una saga que nace a rebufo de la saga Ultima y sobre ella construye luego su propio discurso, y evidentemente en esta época la religión fue una gran protagonista.

 

 

La sobriedad de esta iglesia en honor a la Diosa de Square Enix constrasta con el particular humor de los enemigos que se nos enfrentan. La religión del juego recoge a los muertos con seriedad, pero los monstruos quitan la vida con humor. En Dragon Quest VIII encontrarás la colección de ataques absurdos más descacharrante de cualquier JRPG; aquí los enemigos bailan, cuentan chistes y llaman a colegas para ser más y derrotarte, para matarte. Una vez que lo consiguen acabas en un ataúd volador, y resucitar a un aliado no es fácil a no ser que acudas a una de estas iglesias y les pagues a los curas para volver a la vida.

 

Cargarás con ese ataúd hasta que resucites, irás con tu aliado al lado en su caja de madera mientras pasas al lado de más criaturas que se ríen de ti y de tu desgracia, y al llegar al párroco de turno este hace negocio devolviéndote a la vida. Y esa es la extraña relación entre la vida y la muerte de Dragon Quest VIII. Por supuesto, aquí no hay una crítica a la manera de ganar dinero de la iglesia, una lección sobre el origen de los monstruos ni nada de eso, son simples casualidades al diseñar distintas partes del juego que juntas nos entregan estas sensaciones que, a la postrem son las que explicitan la maravillosa, rara, única y peculiar personalidad que posee esta larga saga.


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