1. Mundogamers
  2. Noticias
  3. PC

Blizzard: Entre el entretenimiento y la diversión

Los efectos de Diablo III
Por Raúl Rosso

Anoche me pasó algo curioso. Tras muchos días de bastante trabajo y poco tiempo de asueto decidí darme un respirito plantándome concienciado frente al monitor con la intención de echarme una provechosa partida a alguno de los muchos juegos que tengo en la trastienda a la espera de ser retomados. Ya saben que a medida que uno tiene más responsabilidades, es mucho más complicado racionarse estos ratos ociosos, y mucho menos estirarlos hasta convertirlos en aquellas maratonianas sesiones en las que un juego podía durar un par de tardes.

 

¿Recupero Dragon’s Dogma? ¿Me estreno de una santa vez con Batman Arkham City? ¿O mejor le echo un rato a The Secret World (del que les hablaré largo y tendido en breve)? Tras varios minutos absorto intentando encontrar caras de Bélmez entre el gotelé de mi sala de estar me arranqué con uno en concreto. ¿Y saben qué? Pues que acabé echando unas cuantas horas muertas con Diablo III. Así, por inercia, lo cual me lleva a reafirmarme sobre muchas de las cosas que pensaba sobre él en cuanto a trascender y abrir una brecha entre los conceptos de entretenimiento y diversión por mucho que la RAE se empeñe en considerarlos sinónimos.

 

Los juegos de Blizzard, además de caminar peligrosamente por la senda de la adicción, son unos terribles ganchos de entretenimiento neutral, de ese que ni frío ni calor, del de ponerse a la hora de comer Saber y Ganar, del de quedarse toda la mañana viendo una obra en tu calle, del de comer pipas hasta triplicar el tamaño de los morros. Entretener es pasar el rato y hacer que una actividad de mínimo requerimiento mental haga más llevadero nuestro tiempo de “ocio”, si es que alguna de estas actividades puede considerarse tal cosa (con todos mis respetos hacia Jordi Hurtado).

 

 

Y ahí estaba yo, hasta el gorro tras muchos días ajetreados deseando desconectar de todo y pasar un buen rato, aunque con un embotamiento mental que me impedía lanzarme a jugar a aquellos títulos que considero mucho más divertidos que el que acabé eligiendo. El problema vino tras darme cuenta a las tantas de la noche que llevaba un buen puñado de horas “entretenido” con Diablo III, consciente de que el infinito ciclo de muerte, saqueo y venta de equipo no me va a llevar a ninguna parte ni va a hacer que se me presente la Virgen, pero también muy obcecado con dicha tarea.

 

Entonces vino mi crisis existecial. ¿No es esa situación que les narro lo más parecido a divertirse realizando una actividad? ¿O tal vez esa cercanía hacia la adicción que los ingenieros sociales de Blizzard manejan había llegado a lo más profundo de mi corazoncito? No les engaño, sentí un poco de miedo, pues aún habiéndole dedicado varias horas al juego de forma “obligada” por mis asuntos laborales, nunca me planteé la posibilidad de repetir el anodino ciclo de niveles de dificultad que propone. Pero ahora lo consiguió. Puede que haya que cambiar el chip a la hora de analizar según qué tipo de experiencias lúdicas, pues dependiendo de la predisposición del jugador se puede inducir a sensaciones totalmente diferentes. O eso, o de verdad esta mierda engancha a niveles clínicos.


<< Anterior Siguiente >>