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A Realm Reborn y sus jugadores locos

Activision being Activision
Por Tipo de Incógnito

Los MMORPG ofrecen una extraña irrealidad. En Final Fantasy XIV: A Realm Reborn, habitamos un mundo poblado por otros tantos jugadores que controlan a su particular avatar. Estos no caminan, ni se paran a hablar, ni tienen pudor en ir vestidos; corren, dicen cosas raras mediante la introducción de comandos de texto, van en cueros... Mientras que los personajes controlados por la máquina sí lo hacen, como pretendiendo hacernos creer que no estamos en una ciudad jugada, sino en una real. El contraste es una auténtica locura y, claro, los que quieren que pensemos lo que no es acaban quedando como robots artificiales.

 

Esto se hace aún más palpable al iniciar una conversación. Evidentemente, todos compartimos la misma misión en el juego, somos un superviviente del cataclismo que acabó con Eorzea, pero a la vez somos únicos. Sólo gente muy concreta puede ver a los Moguris. Nuestro personaje puede y lo tachan de especial. Pero, espera un segundo, ¡a todo el que esté disfrutando del título le han ido con el mismo cuento! claro que eso no lo sabe tu alter ego, lo sabes sólo tú.

 

 

Estoy acostumbrado a que los títulos ofrezcan una cierta coherencia, una lógica de lo que muestran en pantalla. La verdad es que hubiera comprendido mejor que los PNJ corrieran también como pollos sin cabeza o que la encargada de darme las misiones me tratara con desprecio, como si fuera otro más, nadie importante. Pero cada vez que paso a saludarla, se refiere a mí como si fuera poco más que el elegido. Qué difícil les resulta a los japoneses no señalar como a un Dios a los jugadores de sus títulos. Es extraño, porque no hay personaje que te de una prueba palpable de que sabe que eso no es un juego single-player, de que hay elegidos por todos partes, de que es un MMORPG.

 

Y ahí está la gracia del asunto, en empaparse de esa excentricidad que consigue confundirte los primeros minutos de juego. Al final te descubres, junto con el resto de tus compañeros, sumergido en un mundo tranquilo que infectas con tu locura, y la de los demás. Es a través de ese sinsentido cuando comprendes el exceso de información, de nombres flotando sobre las cabezas de cada jugador, de brillos y colores, de uno que está serrando un tronco en medio de la calle y otro que está girando en calzoncillos sobre sí mismo, vete tú a saber porqué. Claro que cuando vuelves a la trama principal del juego, qué difícil es tomarse nada en serio. Bendito caos y bendita inconsciencia de él que tiene el propio juego, de esa característica que acaba por definir a todos los MMORPG.


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