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MGReplay | Spore

La evolución falocéntrica.
Martes 09 de Junio de 2015 por Diego Emegé

Bienvenidos, una vez más, a la nave del MGReplay. Esta vez nos dirigimos al año 2008. Si vuestro cerebro estaba atento a los movimientos de la industria, seguro que os acordaréis de toda la expectación generada por Spore, el por aquel entonces juego nuevo de Will Wright. Ya entonces se sabía de la ligera tendencia vendemotos de Wright, pero era difícil mantener las distancias cuando lo que nos prometía en esa ocasión era la idea de jugar a ser dios para una especie entera, pudiendo guiar a cada uno de esos monstruitos desde su estado microscópico hasta su propia era espacial.

 

Sobre el papel su promesa llegó a materializarse, pero de una forma muy conceptual, porque el resultado final fue el de una experiencia de juego vacía que deja más frío que otra cosa. Probablemente la única fortaleza de Spore sea su creador de criaturas, que permite al jugador paciente y creativo engendrar seres de lo más diverso y loco. Solo un breve paseo por internet da resultados variadísimos, desde lo más creativo hasta lo más obvio y fálico. Vaya, que aunque queramos sacar adelante nuestro bicho en poco tiempo, el editor podría dar para horas de juego.

 

 

Pero Spore parece consciente de que su creador de criaturas es lo más cerca que va a estar de ser un juego divertido. Por eso no deja de lanzarnos mensajes cada dos minutos: «Nene, ¡te has alejado 10 pasos de tu campamento! ¿Sabes que este botón te ayudará a encontrar una pareja para tu monstruito?» y muchos demás intentos de dirigir nuestra atención hacia sus propuestas lúdicas, como si al dedicar tanto tiempo a su Lego biológico se nos fuera a olvidar que hay más juego por delante.

 

Lo que mejor que le podría haber pasado a Spore, aunque parezca irónico, es no haber tenido el editor de monstruitos en primera instancia. Es un juego que trata de simular la evolución, y en el camino se olvida completamente de la esencia del concepto y hace una cosa completamente distinta. La evolución biológica es un proceso en el que no podemos elegir qué queremos y qué no queremos en nuestro código genético. En Spore siempre tenemos la opción de rehacer la configuración de nuestra especie y, que yo sepa, los simios nunca pudieron pararse a ver qué les venía mejor y qué no, sino que sucumbieron a las necesidades intrínsecas a un código genético cambiante que se adaptaba al entorno. De no haber sido así, es probable que ahora mismo tuviéramos las cuerdas vocales en otro sitio, nuestros pulmones serían más complejos y, qué narices, hasta escupiríamos fuego.

 

 

La evolución es la supervivencia del más fuerte. Las cualidades que le dan a cada criatura ventaja sobre el resto son las que les permiten seguir perpetuando a su especie mientras las otras van desapareciendo. Si Spore hubiera seguido esta noción al pie de la letra nos habríamos encontrado con un juego totalmente diferente, sin editor de criaturas o que solo se pudiera usar al comenzar la partida. Un juego en el que el progreso evolutivo dependiera de nuestras decisiones en relación con el entorno, con las otras especies y con los millones de variables que deberían estar en un juego de estas características (al menos según lo que Will Wright nos prometió).

 

Así no sería lo mismo que nuestra especie comenzara su andadura en una zona plagada de otros depredadores. Si fueran criaturas voluminosas, aguantarían poco, mientras que las más modestas y sigilosas podrían mantener su presencia en el mundo. También afectaría la cercanía con la jungla o con el agua, las variaciones climáticas, etc. Como resultado tendríamos un colorido elenco de especies con identidades muy marcadas.

 

Carl Sagan dijo en Cosmos: «El secreto de la evolución es el tiempo y la muerte». Decía que entre las primeras células y nosotros existe un hilo que nunca se ha roto. Spore se saltó el concepto del hilo y, de hecho, nos insta a romperlo una y otra vez, y ese es su mayor delito. Un juego en el que las decisiones que tomamos en el caldo primigenio tuvieran un efecto mucho más definitivo en la presencia de nuestra especie en el mundo desde sus primeros pasos hasta una posible era espacial sería maravillosamente fascinante. Y no una herramienta para hacer miembros viriles con ruedas.


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