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Analisis YO-KAI Watch ,3DS

Amigos raros de verdad
Lunes 25 de Abril de 2016 por Dayo

Hace unos meses leí, creo que en Forbes, que la juventud nipona se estaba enamorando de Yo-kai Watch porque era una franquicia diseñada para ellos. Pokémon estaría orientado hacia los más jóvenes, pero simpatizar con la idea de vivir aventuras junto a tus amigos en compañía de esas criaturas tan fascinantes no es tan difícil para un adulto. Entonces había un hueco para el crecimiento. Pero la tonadilla que abre este videojuego habla sobre cómo los yo-kai “están en todas partes, te meten en líos y te lían el pelo”. Cuánta emoción. Qué chachi, colegas.  Debo estar haciéndome viejo.

 

Un niño, de nombre a determinar, está cazando bichos y de pronto se encuentra con una máquina expendedora mágica que resulta albergar a Whisper, un yokai bonachón que decide ser su amigo porque si no, pues no habría guión. Gracias a un dispositivo, llamado yokai watch, puede ver a los otros espíritus que habitan el mundo humano, y desde ahí comienzan las aventuras y travesuras y despropósitos. La diferencia que más choca al veterano de Pokémon es que, entonces, videojuego y anime se complementaban: jugabas en la GameBoy por vivir de primera mano esa aventura, superar sus desafíos y conectar con tus amigos a leches, pero luego la serie de Ash Ketchum plasmaba esa acción a lo grande, mostrando qué clase de universo era el mundo Pokémon, convirtiendo aquellos animales que en la portátil no pasaban de un puñado de sprites mal compuestos en animales con su personalidad e idiosincrasias y, en general, pintando la imagen de qué hacías al explorar ese mapa. Pero pondré la mano sobre el fuego, y no creo que vaya a quemarme: Yo-Kai Watch adapta su fuente de forma más directa hasta casi convertirse en el equivalente a todas esas franquicias que han acabado transformadas en shovelware. No he visto la serie, si eso la he ojeado, pero la acción tiene unas formas claramente episódicas, tanto en el sentido de que casi ningún arco guarda relación con el siguiente como que, terminado, te presentan otro arco con su presentación, nudo, desenlace y cartel, como si fuese un nuevo capítulo del anime. Y es precisamente por eso que me extraña lo poquísimo que se esfuerza el juego en presentar una historia interesante. El protagonista tiene un grupo de amigos que rozan el plagio a Suneo, Gorila y Shizuka al límite, pero sus apariciones se pueden contar con los dedos de una mano y en ningún punto llegan a involucrarse en la acción de forma significativa. De hecho, no llegan a descubrir que los yo-kai existen ¿y por qué? Pues porque sí.

 

 

Quizá aquí sea donde entra la serie, llenando esos huecos de desarrollo de personajes y aventuras entre amigos, pero resulta triste ver que hay un guión y, al mismo tiempo, no hay nada. Cada capítulo empieza y termina sin consecuencias y ese eterno concepto de tantos kodomo, la amistad y lo bonita que es, se repite una y otra vez, como esperando que, a base de insistir, acabe convenciéndonos. Pero la referencia es una franquicia en la que los niños de diez años hacen peleas con sus mascotas y luego se les llena la boca con lo amiguísimos que son, así que tampoco voy a fingir que lo mío sea ejemplar. Lo que no termina de casar es la rama casi pedagógica que convierte a Yo-kai Watch en un juego educativo por osmosis: hay semáforos en la calle y, si te los saltas, aparece un yokai para enseñarte por las malas que hay que esperar antes de cruzar. Cuando sales en bicicleta por la noche, enciendes una luz frontal y una trasera para señalar tu presencia. Antes de empezar una aventura, Whisper hará un pequeño comentario del estilo: “¡Adelante! Pero con cautela”. Hay que vigilar a los chavales como se pueda, supongo.

 

Yo-Kai Watch es una fusión de conceptos a nivel jugable. Los yokai se capturan, aunque no decides cómo: puedes ganarte su favor si les das su comida favorita, pero el resto es un misterio reservado a guías y completistas obsesivos. Tienen evoluciones y puedes fusionarlos para dar lugar a nuevos yokai, pero no hay un incentivo similar al de Pokémon. Aquí buscas amigos y, de base, con lo que se te vaya apareciendo puedes tirar sin ningún problema. No hay que buscar yokai de un tipo específico para contrarrestar a otro ni asegurarse de que tu equipo esté bien equilibrado para vigilar quién está fuera en qué momento. Ni siquiera tienes un propósito claro para “hacer todos estos amigos” hasta el último tramo de la historia. Se coleccionan porque sí, para darles algo que hacer a los chavales, pero sin esa Pokédex que te haga buscar los huecos vacíos y explique por qué el bicho que acabas de capturar es la cosa más increíble desde los sándwiches de Nocilla.

 

 

Las peleas tienen más que ver con Final Fantasy XIII y su secuela que con un RPG convencional: cada yokai tiene sus habilidades, pero no escoges cuáles utiliza en qué momento. Tus únicas opciones reales son escoger la formación, rotando una rueda de seis para escoger qué tres yokai están al frente, utilizar objetos, purificar a los yokai que hayan sufrido debuffs, escoger el objetivo al que atacar y desatar el animáximum, lo equivalente al clásico Limit Break de toda la vida. Así las cosas, y dado que los yokai pueden vaguear en medio de un combate, y están muy dispuestos a hacerlo, las peleas se convierten en una constante ruleta rusa y nosotros nos vemos relegados a un segundo plano, el de decidir quién sale a jugar el partido y quién se queda en enfermería, sin tomar parte en la estrategia más minuciosa y alargando innecesariamente las batallas. El minijuego que hay que completar con el animáximum o la purificación da a entender que estamos aquí por protocolo, para dar ánimos y asegurarnos de que nada caiga más que como unos estrategas. Pero qué le vamos a hacer. Somos niños, al fin y al cabo.

 

No negaré que Yo-Kai Watch pueda interesar a la chavalería: sus criaturas tienen encanto y les da algo nuevo y brillante que induce esa sensación de magia y aventura que tanto se necesita a esas edades. Son espíritus de la tradición japonesa, responsables de nuestros olvidos más tontos, esas peleas que surgen porque sí o el calor inexplicable. Si una vez miramos a nuestros juguetes imaginando si se moverían cuando cerráramos la puerta, seguramente tengamos a una nueva generación que se pregunté qué yokai les habrá hecho olvidarse los deberes. Es una fantasía con su lado tierno y, con su protagonista rebuscando entre matojos y arroyos, casi invita a salir a explorar tu calle, tu ciudad, por descubrir qué secretos alberga. Eso no quita que sea un juego por debajo de sus posibilidades, incapaz de comprender el concepto al que aspira. Los niños seguramente lo amen, pero recuerdo ser joven y tragarme la animación de bajo presupuesto reciclada que ponían en La 2 y Telemadrid. Eso no lo hacía mejor; simplemente necesitaba algo que ver. Pero da igual lo que aquí escriba. Llegará el día en el que me pase por un parque y oiga a algún crío haciendo de Jibanyan: “¡Patitas furiosas! ¡Nyanyanyanyanyanyanya!”.

 

Lo que tú digas, chaval.

 

Lo que tú digas.

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