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Analisis Watch Dogs 2 ,PC,PS4

¡Lo hemos hecho, Patricio! ¡Hemos salvado la ciudad!
Miercoles 16 de Noviembre de 2016 por Dayo

“Ahora que ha salido el tráiler de La Liga de la Justicia y tiene chistes, se está hablando mucho sobre cómo DC ha corregido su dirección, como si el tono excesivamente sombrío de Batman vs Superman fuese la clave de por qué no es una película tan buena”. Con estas palabras Evan Puschak, conocido en los internetes como The Nerdwriter, abría un vídeo donde argumentaba que el público, al hablar de la superproducción de Zack Snyder, no consigue ver el bosque por el árbol. El problema de Batman vs Superman, dice, no es tanto su seriedad como su pretensión, la necesidad casi enfermiza de un director que se pierde en la imagen y, en palabras de Puschak, da tanta importancia al momento que termina olvidando la escena. Watch Dogs 2 no está protagonizado por un tipo serio que se mueva por necesidad de vengarse. No es un título que prometa hablar sobre la sombra digital e, inmediatamente después, meta una trama de mafiosos que no tiene nada que ver ni con lo uno ni con lo otro. Pero jugando a Watch Dogs 2 veo que el problema va más allá. Vemos el árbol y no el bosque.

 

Marcus Holloway, Retr0 cuando se mueve en los círculos del hacktivismo, no puede saltar al vacío. Si camina hacia un borde y sabe que la caída le va a partir la crisma, se quedará mirando como si fuera Batman, pero no saltará. Aparece la opción, aparece el botón, pero coloreados en un rojo que indica alto al paso. No es una opción disponible, porque no es algo que una persona en su sano juicio esté dispuesta a hacer. Marcus Holloway, entonces, tiene a un Pepito Grillo en el hombro. Como los antepasados de Desmond, que no pueden matar civiles porque eso rompería la sincronía con los hechos reales, se marca ciertos límites. Uno, para ser preciso: no puede saltar al vacío. Pero si emerge de la base de Dedsec, el grupo hacktivista del primer Watch Dogs, ahora con más fuerza, más cabreados, y dispuestos a cazar a los malos que deciden trapichear con la libertad digital, y si como digo emerge de esa base, escopeta en mano, y se monta un Elephant a su estilo, pegando escopetazos al primer friki que se ponga delante de su mirilla, si mata a todo el mundo, sale a la calle y continúa abriendo fuego, recibirá un aviso de tus compañeros: Viene la policía ¡prepárate para la diversión!

 

Los civiles muertos ya tal.

 

 

Cuando salió, Watch Dogs se antojaba como una obra genérica dentro de los límites habituales de Ubisoft. Parecía un trasunto moderno de Assassin’s Creed con la mentalidad de competir contra GTA, pero más allá de los bugs y su infame protagonista, no tenía nada de su parte que lo hiciese verdaderamente destacable. Se presentó como un Black Mirror interactivo, una obra sobre los peligros de la tecnología moderna, pero en realidad Watch Dogs es una franquicia sobre la hipocresía. Aiden era un criminal incluso más peligroso que aquellos contra los que estaba intentando vengarse, y ahora Dedsec se revelan como un grupo terrorista pero con memes. El objetivo de Marcus y compañía es exponer a las compañías que deciden utilizar la información de sus clientes para venderla al mejor postor, informar de las juntas directivas que sobornan y toman sobornos, desvían fondos y abusan del sistema. Es una venganza contra personas como Martin Shkreli, que compró el Daraprim y multiplicó su precio de mercado por sesenta. En resumen, Dedsec lucha contra la corrupción, pero por el camino dejan más muertos y emplean métodos más cuestionables que sus peores archienemigos.

 

Tiene sentido del humor y una cierta vitalidad, sí. De sus personajes y situaciones se deduce, y probablemente acierte, que con esta secuela querían corregir todos los problemas de la primera parte. Los coches siguen respondiendo de la misma mala manera que antes, pero todo lo demás parece más pulido. Hay más actividades, el hackeo da más juego, el sigilo es más satisfactorio gracias a la introducción del saltarín, un pequeño coche teledirigido con el cual infiltrarse e ir sorteando ciertos cortafuegos, y el cuadrirrotor, un dron hecho para escanear el terreno, localizar objetivos y puntos flacos de la seguridad. Es un Watch Dogs más satisfactorio, más próximo a esa idea del Assassin’s Creed del siglo XXI que algunos sugirieron con su antecesor. Pero el conflicto sigue ahí, aquella noción de que este es un monstruo de Frankenstein, que ese dron ya se había visto en Splinter Cell, que el sandbox, el menú, todo ello está cogido de GTA, que la ciudad se esfuerza por sentirse viva y dar opciones y todas ellas no parecen servir a otro propósito que la distracción sin sentido. Contenido por contenido, duración porque sí. Más sólido, desde luego, pero no por ello especial.

 

 

Watch Dogs 2 es la historia de cómo un grupo de individuos tan reducido que se podría contar con los dedos de una mano decide que son la voz del pueblo y empiezan a actuar, hablando en plata, como les sale de los huevos. Roban coches, roban dinero de las cuentas bancarias de cualquier peatón que se encuentren, y no dudan en abrir fuego si llega la ocasión o deciden que no están de humor para ser sigilosos. Habrán demostrado que tal compañía vende información a tal otra, pero han dejado un rastro de cadáveres y destrucción de la propiedad pública que difícilmente les hará ganarse amigos. Incluso jugueteando con otros hackers son de gatillo fácil, y hablan de violencia e injusticia, de ocultar datos y violar la intimidad ajena mientras hacen eso mismo, siempre con una sonrisa y creyéndose superiores a los demás. No es novedad, y hay un término para esta clase de disociaciones: la disonancia ludonarrativa, pero Watch Dogs 2 ataca a sus propias intenciones de tal manera que cuesta no prestar atención. Ya en los primeros minutos oímos a Marcus quejarse de que el ctOS le haya catalogado de criminal potencial por actos que él todavía no ha cometido, pero lo que olvida es que minutos antes, justo antes de esa cinemática, estaba entrando de forma ilegal en un servidor, borrando todos sus datos, incluido un largo historial criminal, y luego salía partiéndole la cara con una bola de billar a cualquiera que se le cruzase. Nathan Drake sería un asesino, pero nadie intentaba ocultar que este hombre supiese cómo disparar un arma. Niko Bellic robaría coches, pero su historia es una sobre cómo el pasado y sus horrores jamás te abandonan.

 

Nos encontramos con una mutación bipolar, una obra entre la relativa corrección formal y la actitud caradura de su conjunto. Por muchos problemas que corrija, no es capaz de enmendar el más grave: que Watch Dogs no es una franquicia sobre el hackeo sino sobre sacar un fusil de asalto y matar gente. Se cree que está diciendo verdades como puños mientras repasa lo evidente y tropieza con sus propias palabras. Estará mejor diseñado que su antecesor, pero navega por aguas todavía más turbias. Es más divertido, más suelto, con más posibilidades que Watch Dogs, más dedicado y con menos downgrade, pero volvemos al principio porque el problema de Batman vs Superman no era su falta de humor. Watch Dogs 2 da lo mismo que tantos AAA, un rato decente y posibilidades, pero su falta de autocrítica introduce ideas preocupantes. Y por mucho que lo intento, no consigo ignorarlo.

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