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Analisis Drakengard 3 ,PS3

La fealdad técnica como medio de expresión, para definir una trama tan rara como atractiva.
Domingo 25 de Mayo de 2014 por Adrián Suárez Mouriño

Drakengard 3 es otro de esos títulos a los que no les molesta envolverse con un papel de regalo terriblemente feo a cambio de entregar lo que pretende al jugador. Técnicamente es un desastre, pero esconde esa chispa que hace funcionar la maquinaría de tu imaginación, que activa esa pregunta en el fondo de tu cerebro: ¿pero qué demonios estoy viendo y por qué me gusta tanto si objetivamente es un desastre?.

 

Por fortuna, existen juegos que no entienden de objetividades, y aunque a Drakengard 3 se le machaque, yo mismo lo haré, el maldito atesora más de un motivo para acabárselo una vez; y luego otra y quizás otra más. Videojuegos que se saben flacos en lo técnico pero que incluyen esos fallos en la manera de contar su cuento; ¿el resultado? genialmente desconcertante.

 

Esta cualidad de comprenderse malo pero gustarse no es nueva, y recuerda a otros títulos como Deadly Premonition o Nier (miembros de ambos equipos, de hecho, han participado en el desarrollo de este) y que ya han creado escuela, una que enseña que si eres feo, ríete de ti mismo y haz de ello parte de tu relato. Por ello, preparaos para un desfile constante de gráficos horrendos, diseños cutres y escenarios sin inspiración, en los que la construcción de sus personajes y de situaciones roza, en muchos casos, el absurdo más absoluto. El título recurre al gore sin ningún tipo de necesidad, solo porque sí, buscando un humor negro en el que se mezclan decapitaciones, desparramientos de sangre, ojos arrancados de sus orbitas, patadas sobre cadáveres y lo mezcla con arquetipos del imaginario del manga japonés: la chica a la que le gusta enseñar la delantera, la mojigata, la tontorrona, la que es más seria... todas vestidas con las prendas habituales también del anime, pero dándose espadazos sin pudor, insultándose... En fin, todo muy loco, pero que extrañamente funciona. Un conjunto de excesos que se atizan los unos a los otros; y en esa carencia de pudor por enseñarlos y hasta en presumir de ellos, Drakengard 3 se hace fuerte.

 

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Niñas monas, decapitaciones, flores clavadas en los ojos, dragones y violencia kawai. Lo normal.

 

El arranque de la historia nos pone en el papel de Zero, una de las seis hermanas conocidas como las Intoner, mujeres con el poder de la canción y que bajaron al mundo para, con su melodiosa voz, poner paz a una tierra en guerra. Quién iba a imaginarse que a Zero le iba a apetecer cargarse a todas las demás una vez la misión pacificadora hubiera concluido. Este particular comienzo nos pone en el papel de un personaje que se sabe malo. Con una jugabilidad que mezcla cualidades de un Dinasty Warriors, de un beat´em up tradicional con toques de God of War y algo de rol, nos sumimos en una orgía de espadazos en la que machacar a todos los soldados y criaturas que salen a nuestro encuentro.

 

Zero es una suerte de diosa, una traidora poderosa y despechada que trae la intevitable muerte a todo aquel que le impida alcanzar su meta; y todos se encargan de asegurarle que es una asesina, de que la temen y de que correr hacia ella significará su muerte; y ella, el jugador, carga contra ellos igualmente, cubriendo sus blancos ropajes con sus vísceras. Este es el primer instante en el que la verdadera naturaleza de la trama se adivina; en un videojuego muy elocuente en todo lo que se refiere a los adornos pero tímido en desvelar sus secretos, y que te hace sudar para descubrirlos. Mucho.

 

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La trama y descubrirla es lo mejor que trae Drakengard 3, por extraña y loca.

 

La sangre es una constante, así como los tacos, los personajes desquiciados y las preguntas acerca de la moralidad de nuestros actos; unos interrogantes que, curiosamente los plantea una bestia: el dragón que nos acompaña. Esta criatura genera un impás en la jugabilidad que, en sí, no deja de ser una carrera por pasillos en los que aniquilar morralla y acabar en rings en los que aniquilar morralla más grande. El dragón ofrece descansos en este agotador ritmo. Llevándonos por los aires, atacaremos desde los alturas mediante cargas, vomitonas de fuego y escupitajos ígneos, con una resolución regulera.

 

Lo cierto es que el título, además de atrapar por su particular narrativa, lo hace por sus combates. Son sencillos y burdos, pero la sensación de ser temido por tus rivales, unido a los combos, a la búsqueda de armas e ítems, al leveleo de nuestro equipo y stats, consigue conformar un sistema de juego efectivo. La cámara falla y el framerate petardea que da gusto; también se recurre a recursos más propios de PS2, como el cierre de ciertas zonas y su apertura a cambio de una condición que pone la máquina, pero no la propia situación; otro detalle horrendo, pero que entronca con el tono general del juego. De nuevo, este se ríe de estas situaciones, como lo hace de todas las estúpideces de humor negro que se suceden en el título. Y es mucho.

 

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Los combates son una divertida orgía sanguinolenta que fluye a muy buen ritmo.

 

Lo cierto es que el videojuego guarda una cantidad ingente de errorres a nivel técnico que empañan a la vez que dan forma a su grotesca genialidad; hasta el punto de que empiezo a creer que no es que sean fallos en sí, sino la definición de un estilo artístico determinado; de un fauvismo jugado que espanta a la vez que atrapa, con el uso provocativo de una mala técnica en lugar del color. Claro que es una lástima que este tipo de juegos, con ese humor tan de Suda 51 y un desarrollo tan interesante y seinen no vengan acompañados de una mejor producción, de mayor efectismo y de una puesta en escena optimizada; claro que entonces sería una cosa totalmente distinta. Sin embargo, este Drakengard 3 sabe que gustará a los mismos que disfrutaron de Nier y Deadly Premonition. Aunque este no sea tan inspirado como aquellos, todos son primos hermanos y comparten muchas similitudes amén de un corazón parejo. Por eso, seguro que tú ya sabes si este Drakengard 3 es para ti o no; para mí sí lo es y lo sigo disfrutando, pese a sus innumerables despropósitos.

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