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Analisis Doom Eternal ,PS4

El infierno eres tú
Jueves 19 de Marzo de 2020 por Julián Plaza

Una de las ideas que más resuenan en mi cabeza cuando pienso en DOOM Eternal es la contundencia, la fuerza o brutalidad que se percibe en el espíritu del juego. Las paredes se derrumban a golpes, Doom Slayer se agarra a las superficies escalables prácticamente perforándolas (el ruido que hace al engancharse es más propio de una colisión) y elementos como la cadencia o el sonido de la gran mayoría de armas tienen un peso muy específico, casi exagerado. Todo está diseñado para dar la sensación de que manejas a una auténtica máquina de matar, a una mole incapaz de sujetar un vaso de cristal sin hacerlo añicos. A un matademonios. 

 

Podría empezar este análisis hablándoos de la gran cantidad de cambios que incorpora esta secuela del reboot de 2016, que ciertamente son tantos que abruman, especialmente durante las primeras horas. Sin embargo, antes de entrar en materia, creo que lo más primordial es que os quedéis con la idea capital de este DOOM: aquí se viene a elevar todo lo ofrecido hace cuatro años al máximo nivel, ofreciendo arenas más grandes, niveles más bien pensados, un mejor movimiento y un mayor reto. Con perspectiva, ahora DOOM (2016) parece casi un tutorial.

 

 

Ahora sí, los cambios. DOOM Eternal empieza con cierto camino ya recorrido, dejándonos disfrutar del doble salto y de la escopeta (adiós pistola, por cierto) desde un buen principio. Como muchos sabréis, mientras otros shooters pivotan en torno al posicionamiento y las coberturas, en DOOM todo es movilidad, no parar quieto y parapetarse en la simple idea de que un blanco en movimiento (nosotros) es más difícil de acertar. Por eso mismo tardaremos bien poco en conseguir el doble dash, algo que combinado con trampolines, barras desde las que balancearse y teleports acaba conformando una sensación de dinamismo increíble y adictiva, pero sobre todo necesaria. 

 

También se han incorporado otros elementos como el postquemador, una suerte de lanzallamas que logra que los enemigos suelten armadura durante un tiempo (si los eliminamos, sueltan más), un golpe cuerpo a cuerpo tan contundente que hay que cargarlo con eliminaciones normales y todo un sistema de mejoras bastante denso accesible desde el menú. Hay cosas como los cristales de centinela, items escondidos en el escenario que nos permiten mejorar permanentemente la salud, la armadura o la munición de Slayer; los puntos de arma, 10 por misión, que nos dan la posibilidad de mejorar las características del arsenal; o las runas, que permiten ir desbloqueando perks de Slayer en un catálogo de habilidades bastante interesantes. Obviamente también llegan nuevos enemigos, todos con su toque táctico y su estrategia óptima, que añaden un extra de complejidad y gestión en los enfrentamientos más avanzados. Por haber hay hasta desafíos, también con sus recompensas.

 

 

Puede dar la sensación de que se ha saturado el juego de añadidos, y no negaré que durante las primeras horas de adaptación esto es algo que puede llegar a abrumar, especialmente cuando tenemos en cuenta que cada misión cuenta con sus propios secretos, desbloqueos (de aquí cabe destacar el añadido de las Llaves del Empíreo, seis ítems escondidos por todo el juego que desbloquean el reto más difícil de todo DOOM Eternal) y misterios por descubrir. Pero lo cierto es que soltada la información inicial la cosa se va asimilando gradualmente, incluso se le puede llegar a prestar poca atención. Lo importante está en machacar antes de que te machaquen. 

 

En DOOM Eternal el mando (o ratón) se agarra fuerte, es de aquellos casos en los que se roza la extenuación por la constante gestión del estrés que toca mantener. No paras de pensar, de improvisar y de moverte. Aunque el diseño de niveles se ha pensado para ser fluido y atractivo -hay mucho más plataformeo y componente puzle que en su referente anterior- al final todo se estructura entre una arena y las zonas de tránsito para llegar a la siguiente. Es un juego cuya propuesta central se basa en soltarte ante pequeños coliseos en los que debes ser el último en pie, algo difícil cuando todos van a por ti. 

 

 

La manera de sobrevivir, aquí sí, es más o menos la de siempre. Aparte del “paquí pallá” ineludible para seguir vivo, cada enemigo suelta vitalidad cuando lo ejecutamos con nuestras manos, y pasa a soltar munición si decidimos partirlo con la motosierra. Dos maneras de morir, dos recompensas. Con esto se establece una constante microgestión en la que puedes, por ejemplo, reservar a los masillas (más ágiles pero menos peligrosos) como pequeñas reservas de salud o balas si las cosas se ponen muy feas. Porque claro, las hordas no paran de llegar, las situaciones cambian y te toca adaptarte. Nunca sabes cuál es la última oleada. 

 

A esta propuesta desenfadadamente arcade, tan gamey como Super Mario o Space Invaders, hay que sumarle unos picos de dificultad bastante altos, aunque no por ello dejan de estar bien medidos. Se da por hecho que vienes habiendo jugado al primero o, en su defecto, entendiendo que las siglas DOOM va implícito un cierto grado de exigencia, pero incluso así hay que reconocer que en id Software no se han ido con medianías. DOOM Eternal exige plena concentración, y en parte por eso es tan satisfactorio salir airoso de cada gran encuentro.

 

 

Aunque las señas de identidad de este juego son el punto de mira y el gatillo, no hay que desmerecer su intento de ofrecer una historia medianamente interesante. En esta nueva entrega es más habitual encontrarse con pequeñas cinemáticas con Slayer en primer plano, hay pequeños toques de dramatismo y la trama está mejor definida, pero la cosa nunca llega a ser tan importante como para acaparar los focos. Diría que incluso está diseñada teniendo en mente que no es necesario prestarle demasiada atención. Aun así, ya digo, le han dedicado cariño. 

 

Como también se lo han dedicado a toda la nave de Slayer, una especie de hub central disponible entre misiones por el que podremos pasear, descubrir secretos e indagar sobre el pasado de Slayer. Aquí es donde más se nota la parte más gamberra y un pelín tontorrona (para bien) del juego, esa que muestra las cajas de pizza amontonadas en la habitación de Slayer junto con sus guitarras y sus PC con disquetera. De hecho, todo el juego se desprende de cualquier atisbo de seriedad y queda claro que aquí se viene a matar demonios, pero a matarlos con la media sonrisa siempre presente. Para muestra, un botón: disparad a la cabeza de cualquier minion y escucharéis un “¡plop!” propio del descorchar de una botella. DOOM Eternal también es eso, y le sienta fenomenal.

 

 

El infierno ha invadido la tierra y los demonios son más feroces que nunca, pero DOOM Slayer sigue siendo la máquina de matar más peligrosa del planeta. Esto se siente como una extensión desbocada del reboot de 2016, como un arcade mucho más puro, esencial y mejor enfocado que entonces. Es mejor en todo, y no es baladí cuando el referente ya era bueno. Con él se confirma que la fórmula que ayudó a entender el videojuego hace tres décadas sigue siendo crucial, redefinida, para definir el shooter del presente. DOOM Eternal es un imprescindible de su género, es digno de ser eterno.

 

A falta de poder probar el multijugador en profundidad, se publicará un texto aparte más adelante.

9

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